«Donde Dios nos plantó, es preciso saber florecer»

(Mt 11,20-24): En aquel tiempo, Jesús se puso a maldecir a las ciudades en las que se habían realizado la mayoría de sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que en sayal y ceniza se habrían convertido. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que se han hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy. Por eso os digo que el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti».


Comentario:
Recuerdo, entonces, el lema que escogió san Francisco de Sales al ser nombrado obispo de Ginebra —el máximo exponente de la Reforma protestante— en aquel tiempo: «Donde Dios nos plantó, es preciso saber florecer». Y si con una piedra en la mano meditaba el juicio severo de Dios que puede recaer sobre mí, en otros momentos —con una florecilla silvestre, nacida entre los hierbajos y el estiércol de la alta montaña— pienso que no debo perder la Esperanza. Debo corresponder a la bondad que Dios ha mostrado conmigo, y así mi pequeña generosidad depositada en el corazón del que saludo, la mirada interesada y atenta hacia el que me pide una información, mi sonrisa dirigida al que me cede el paso, florecerá en un futuro. Y nuestro entorno no perderá la Fe.