Sed compasivos

(Lc 6,27-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque Él es bueno con los ingratos y los perversos.

»Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».


Comentario del Evangelio por
San Isaac de Siria
(siglo 7º), monje en Nínive, cerca de Mosul en el actual Iraq
Discursos ascéticos, 1ª serie, nº 81

«Sed compasivos como lo es vuestro Padre celestial»

No intentes distinguir al que es digno del que no lo es. Que todos los hombres sean iguales ante tus ojos para amarlos y servirlos. Así podrás ayudarlos a todos a alcanzar el bien. El Señor ¿no ha compartido la mesa de los publicanos y de las mujeres de mala vida, y no alejó de él a los indignos? Por eso tú concederás los mismos beneficios, los mismos honores al infiel, al asesino, tanto más cuanto que es un hermano tuyo puesto que participa de tu misma naturaleza humana. Aquí tienes, hijo mío, un mandamiento que te doy: que la compasión venza siempre en tu balanza hasta el momento en que sentirás en ti la compasión que Dios siente hacia el mundo.

¿Cuándo el hombre reconoce que su corazón ha alcanzado la pureza? Cuando considera buenos a todos los hombres sin que ninguno le parezca impuro o manchado. En verdad es entonces cuando es puro de corazón (Mt 5,8)…

Y ¿qué cosa es esta pureza? En pocas palabras, es la compasión del corazón hacia el universo entero. Y ¿qué es la compasión del corazón? Es la llama que arde por toda la creación, por todos los hombres, por todos los pájaros, por todos los animales, por todos los demonios, por todo ser creado. Cuando piensa en ellos o cuando los mira, el hombre siente que sus ojos se llenan de lágrimas de una profunda e intensa piedad que le oprime el corazón y le hace incapaz de tolerar, de oír, de ver el más mínimo error o la menor aflicción soportada por una criatura. Por eso la oración acompañada de lágrimas se extiende a todas horas tanto hacia los seres desprovistos de palabra, que sobre los enemigos de la verdad, o sobre los que le perjudican, a fin de que todos ellos sean guardados y purificados. Una compasión inmensa y sin medida nace en el corazón del hombre, a semejanza del de Dios.