(Lc 18,1-8): En aquel tiempo, Jesús les decía una parábola para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme’».
Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?».
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Comentario del Evangelio por
Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
Nadie tiene amor más grande«Orar siempre sin desanimarse»
Ama orar. Siente a menudo la necesidad de orar a lo largo del día. La oración dilata el corazón hasta que éste sea capaz de recibir el don de Dios que es él mismo. Pide, busca, y tu corazón se ensanchará hasta el punto de recibirle, de tenerle en ti como tu bien.
Deseamos mucho orar, pero después, fracasamos. Es entonces cuando nos desanimamos y renunciamos. Si quieres orar mejor, debes orar más. Dios acepta el fracaso, pero no quiere el desánimo. En la oración cada día más quiere que seamos como niños, cada vez más humildes, cada vez más llenos de agradecimiento. Quiere que tengamos presente que todos pertenecemos al cuerpo místico de Cristo, en el que la oración es perpetua.
En nuestras oraciones debemos ayudarnos unos a otros. Liberemos nuestros espíritus. No hagamos largas oraciones, que no se acaban nunca, sino más bien breves, llenas de amor. Oremos por los que no oran. Acordémonos que el que quiere poder amar, debe poder orar.